El caganer del Belén, mal camuflado detrás unas rocas de tamaño ridículo, se refleja en las bolas colgadas de un abeto de plástico verde que también sufre la locura de decenas de bombillitas esquizoides que titilan sin cesar. De la misma forma, el resto de la casa aparece adornada con un sinfín de guirnaldas de colores chillones y tiras de serpentina brillante que llegan incluso hasta el cuarto de baño. La pantalla del televisor muestra la esfera de un reloj situado a cientos de kilómetros (muy parecido por lo demás al que, de pie junto a la puerta, se encarga a diario de dar la hora), esta sencilla imagen acapara la atención de todos los que, entre familiares y amigos, forman un heterogéneo y bien avenido grupo que se dispone a afrontar el reto que cada fin de año concluye, al tiempo que inaugura, el glosario de rituales a seguir durante los 365 días de rigor.
Como siempre hace ante tan trascendental momento, se mentaliza para lograr la hazaña en los doce segundos estipulados, aspira una buena bocanada de aire durante el jolgorio del carillón, y comienza a engullir uvas tras la primera campanada del reloj de la televisión, intentando adelantarse a las siguientes y discernirlas de las otras campanadas, las del reloj de pie junto a la puerta que resuena a su propio ritmo, como si en un ataque de envidia se esforzase en buscar una porción de protagonismo.
A pesar del caos sonoro, la ingesta de uvas resulta solvente. Sin embargo, y aunque lograr sustraerse a un primer conato de risas, una segunda oleada de carcajadas lo arrastra de forma irremediable para acabar escupiendo, antes de la duodécima, la mitad de las uvas que ya se había metido en la boca, condenándose de tan poco agraciada manera a un nuevo año sin suerte.
Tras recuperarse de su atoramiento y percatarse del nuevo fracaso que marcaría su estrella durante los siguientes doce meses, continúa sin mayor tránsito con las risas y se dispone a felicitar el nuevo año a todos los allí presentes.
Poco o nada le importa haber malogrado su intento de engullir aquellas uvas contrarreloj. Después de todo, siempre le ha inspirado más confianza el desatino que el destino.