El MoMA en Nueva York, el Guggenheim de Bilbao, el Musée d’Orsay de Paris, el Museo Van Gogh de Ámsterdam, el Tate Modern en Londres…
Visitar museos es uno de los grandes placeres de viajar. Quien más, quien menos, dedica al menos una jornada de su viaje a alguno de los museos más importantes del lugar que visita. En la lista de los museos más visitados del mundo aparecen muchos dedicados a la historia y la antropología, pero éstos compiten fuertemente con los museos de arte. Y está claro que cualquiera puede ver un cuadro de Velázquez o de Da Vinci y deleitarse en la calidad de la técnica; o encontrarse con un Monet y quedarse embelesado en sus colores. Pero cuando, de repente, paseando por blancas salas, te encuentras un plátano pegado con cinta aislante a la pared, o un tiburón de tamaño natural embalsamado en formol, comienzas a notar suelo resbaladizo bajo tus pies.
De acuerdo, esa sopa Campbell sabes que es famosa, aunque no tengas muy claro por qué. Pero cuando te topas con un urinario firmado por un tal R. Mutt y lees en el cartel sobre la “obra” que ese urinario cambió el concepto de arte en 1917, simplemente no puedes entender por qué. Sigues paseando y leyendo carteles y te tropiezas con un “Blanco sobre blanco”. Alzas la vista y, efectivamente, ves un cuadrado blanco sobre un rectángulo blanco. Y vuelve la recurrente pregunta, ¿por qué esto es arte? ¿por qué está en un museo? ¿y por qué más de cinco millones de personas vienen al año a visitarlo?
Si tienes la sensación de que te estás perdiendo algo, no, no es que te falte un sentido artístico superior, o una sensibilidad mágica que sólo tienen los pintores, o que seas un antiguo. Lo que necesitas conocer para disfrutar de los museos de arte moderno es, precisamente, historia. Es el contexto el que permite entender estas obras locas, sin sentido aparente o que, irremediablemente, provocan el pensamiento de “mi hijo de cinco años hace lo mismo”.
Esta falta de contexto tiene fácil remedio, pues se soluciona, como casi todo, leyendo. Para ello, una recomendación es ¿Qué estás mirando?: 150 años de arte moderno en un abrir y cerrar de ojos, escrito por Will Gompertz, antiguo director de arte de la BBC y de la Tate Gallery de Londres. De una manera tremendamente didáctica y accesible a cualquier nivel, Gompertz narra con facilidad cómo se hilan todos estos hitos artísticos modernos y contemporáneos, con el contexto histórico en el que surgieron, y entendiendo el porqué de los artistas que ejecutaron las obras. Leer a Gompertz es como si te limpiaran unas lentes llenas de polvo. De repente, ves nítido donde antes sólo había borrones, y los museos pasan a ser un juego, en lugar de −muchas veces− una obligación cultural.
Si hubiera que poner una pega al volumen de Gompertz, sería la casi total falta de referencias femeninas en este paseo por el arte del último siglo y medio. Puede que la culpa sea del propio autor, o más bien de que el arte ha sido un terreno vetado para las mujeres durante mucho tiempo. Lo triste es que estas artistas sí han existido, y pelearon y lograron romper con el arte tal y cómo se venía haciendo, igual que muchos hombres. Antes de Andy Warhol reprodujera a Marilyn una y otra vez en sus serigrafías, Yayoi Kusama ya lo había hecho en 1963 en su “Aggregation: One Thousand Boats Show”. O a la vez que Salvador Dalí iba más allá con su surrealismo, Leonora Carrington nos legaba sus cuadros oníricos. A Robert Delaunay se le considera padre del orfismo, una rama del arte abstracto, pero su mujer, Sonia Delaunay contribuyó tanto al movimiento como él. Y lo mismo le ocurrió a Elaine de Kooning, esposa del famoso Willem de Kooning. Sólo Frida Kahlo parece haber superado ese techo y no ser recordada sólo por haber sido mujer del también artista Diego Rivera.
En estos casos, para descubrirlas, hay que recurrir a otras fuentes: sus propias autobiografías (es, por ejemplo, de lo más interesante leer a la artista contemporánea más famosa de Japón, Yayoi Kusama, explicar el sentido que ella misma le da a su arte en su propia autobiografía, La red infinita) o biografías escritas con posterioridad sobre sus vidas. Una recomendación especial para acercarse a estas vidas es a través de las biografías ilustradas en novelas gráficas, ya que cuentan las historias excepcionales de estas artistas y, a la vez, muestran su arte y su estilo, como bien hacen, por ejemplo, Maria Hesse con su Maria Kahlo, una biografía o reflejan Virginie Greiner y Daphné Collignon en la novela gráfica sobre Tamara de Lempicka.
Así que, no se olviden: leer y viajar. Viajar y leer. El mundo cobra más sentido con esta fórmula.
por Sara López.