El viaje ha sido, desde que el hombre dispuso de la facultad de caminar, una actividad inherente a su naturaleza. Nacido para moverse sobre la Tierra, impelida su larga marcha por el instinto de supervivencia, el movimiento parece haber quedado grabado en su ADN tras siglos del gesto del desplazamiento, repetido incesantemente, y a pesar de haber logrado al fin su llegada al sedentarismo.
Viajar sigue figurando, efectivamente, entre los hábitos predilectos del ser humano. Su práctica se ha convertido en fenómeno de masas y en una actividad liberadora de la rutina cotidiana en cuanto llega la bendición del descanso laboral. No nos referimos, por supuesto –aunque esta edición de Periplo en absoluto dará la espalda a la cuestión-, al viaje forzoso y heroico emprendido por centenares de miles de personas en su huida del asedio de la miseria y del terror de la guerra, sino al que se hace por placer o por necesidad de romper con la cotidianidad.
Al hacerse masivo, el viaje ha dejado de ser, a menudo, una aventura plena de emociones y descubrimientos, un desafío al territorio, un acercamiento inquietante a lo desconocido. Pero, más allá del que busca al tomar el avión minimizar el extrañamiento que siempre acompaña la llegada a un país diferente al suyo, siempre hubo, y sigue habiendo, quienes hacen del viaje una gran odisea. Y de grandes odiseas precisamente nos habla esta edición del festival Periplo en el bloque principal de su programación. De esas grandes odiseas que hacen del viaje un acto grandioso, memorable, maravillosamente sobrehumano.
En la pasada edición nos centrábamos en los vínculos entre periodismo y viaje, una relación que desde tiempos remotos da vida a algunas de las más extraordinarias aventuras que han vivido los seres humanos en sus movimientos sobre el mapa terrestre. En esta ocasión el evento se acerca a la odisea que se gesta sin más motivo que el del enfrentamiento al planeta, el de la proeza gigantesca, el del desafío rayano en la temeridad. Hombres y mujeres que han traspasado esas fronteras nos contarán sus historias, nos llevarán por unos momentos a esos mundos que antes han recorrido y después han escrito. Javier Reverte revivirá para nosotros su experiencia en Nueva York, mientras Rosa María Calaf nos hablará del planeta con la solvencia de quien ha viajado a la práctica totalidad de los países que lo conforman. De las profundidades del mar alcanzadas sin más oxígeno que el que guardan los pulmones nos hablará Miguel Lozano, uno de los escasos seres humanos que ha logrado descender a más de 120 metros con una sola respiración. Sebastián Álvaro, en cambio, se elevó a las mayores alturas que ofrece el planeta y dio testimonio de ello en el apasionante programa de televisión Al filo de lo imposible.