Los fenómenos migratorios, y las tragedias asociadas al mismo, han sido un tema al que nunca hemos dejado de mirar en las distintas ediciones del Festival Internacional de Literatura de Viajes y Aventuras de Puerto de la Cruz, Periplo. Y no podía ser de otro modo por distintas razones: por la situación de las Islas Canarias como encrucijada de rutas, por ser estas el lugar donde se han producido y producen numerosas tragedias humanas acaecidas, precisamente, por nuestra ubicación; por la tradicional vocación del viajero, del escritor y la escritora, como testigo del sufrimiento humano y, cómo no, por el compromiso mismo de Periplo que no es ni puede ser ajeno a esta realidad sobrecogedora. Así que veremos, de nuevo, como uno de los ejes vertebradores de esta edición, la voz de los que migran forzados por un mundo roto, fracturado y cada vez más inhóspito. Un mundo que no solo cambia a escala geológica, como hemos vuelto a comprobar con la catástrofe volcánica de La Palma, sino a la microescala humana, donde todo parece entregado a la aceleración exponencial de los acontecimientos. Belleza y miseria, fascinación y drama, pasado y presente, se entremezclan en una historia sin fin donde el viajero, el que deja testimonio escrito o audiovisual, o el que se erige como portador de una experiencia singular, se hace eco de una manera siempre renovada.
Nuestro mundo no es un decorado, un photocall, una postal siempre idílica. Y el viajero no es necesariamente un sujeto ajeno a la realidad, en sus múltiples dimensiones, que disfruta cómodamente de un mundo de placeres. Y el viajero que escribe, que construye un relato personal de su andar por el mundo, suele dejar buena muestra de ello. Periplo quiere ser su altavoz. Como afirma Patricia Almarcegui: “¿Para qué viajamos? Para encontrarnos. Para saber quiénes somos fuera de nuestro contexto habitual”. Al final, permanece el relato de “lo que queda de mundo”. Y los viajeros de nuestro tiempo, los que son llamados por el ethos literario, saben que la perspectiva eurocéntrica, la actitud paternalista, el sesgo del que se cree perteneciente al mejor de los mundos, es cosa pasada.
Por otra parte, elemento esencial de Periplo es el público. Un público –permítannos decirlo– creciente y fiel, y que no es un mero espectador sino protagonista principal del mismo. Como sostenía George Steiner: “Leer es estar dispuesto a recibir un invitado en casa cuando cae la noche”. Periplo aspira a ser esa casa. Esa cita anual con el invitado que nos interpela. Con la voz viajera, poética, específicamente femenina… Un espacio de encuentro con el libro, con las imágenes, con las palabras y con la realidad diversa del mundo. Como esencial es también la naturaleza participativa de este Festival, encauzada a través del “Comando Periplo” que junto a la organización del mismo lo convierten en una experiencia que comienza con ilusión renovada cada vez que termina la presente edición.
En esta ocasión, además, tendremos el honor y la responsabilidad de rendir un merecido homenaje a Javier Reverte que falleció el pasado año, dejándonos un poso de orfandad. Javier fue una de las alma máter de Periplo y uno de los autores que más participó en las distintas ediciones con su prolija producción bibliográfica, fruto de una vida entregada al viaje y a la Literatura. Su particular mirada hizo “escuela”, combinando de manera magistral distintas miradas sobre un mismo hecho, haciendo uso de lo erudito y lo vivencial en una lectura al final ágil e instructiva. Como él solía decir: “El mejor de los viajes es siempre el próximo”. Y Javier ha emprendido un nuevo viaje y desde aquí le rendimos un merecido homenaje; siendo otra “presencia ausente”, como la de Antonio Lozano, que hacen de Periplo algo más que un Festival Literario: un espacio de encuentro y memoria.
Por Damián Marrero Real.