Boubacar Boris Diop es un senegalés del mundo. En la actualidad vive establecido en Saint Luis, desde donde combina su papel como profesor universitario y como contador de historias, siempre envuelto en esa coraza de agitador social que le convierten en un activista desde la herramienta finita de las letras hacia el mundo entero. Él será uno de los protragonistas de la próxima edición de Periplo, Festival Internacional de Viajes y Aventuras, que se desarrollará del 5 al 11 en el Puerto de la Cruz.
En su biografía aparecen países de residencia como México, donde vivió dos años, Túnez –cuatro años-, Suiza y Sudáfrica –un año-; nunca ha dejado de viajar, impulsado siempre por sus ganas de compartir experiencias y ayudar, dentro de sus posibilidades, en el desarrollo de su continente y país de origen.
– Para los que aún no le conozcan bien, ¿Quién es Boubacar Boris Diop?
– Soy escritor, autor de algunos ensayos, el último de los cuales se titula ‘La gloria de los impostores’, escrito conjuntamente con la célebre socióloga maliense Aminata Dramane Traoré. Sin embargo, me considero ante todo un novelista y mi texto de ficción más conocido, ‘Murambi, el libro de los huesos’, trata del genocidio de los tutsis en Ruanda. Tengo la particularidad de escribir tanto en francés como en wolof, la principal lengua de mi país, Senegal, donde vivo.
– ¿Qué han aportado los viajes a su vida?
– He viajado muchísimo; a veces me he despertado en un hotel en algún lugar del mundo y durante unos segundos no he sabido en qué país me encontraba exactamente. ¡Figúrese que he hasta vivido durante unos seis meses en Pyongyang para trabajar en la versión francesa de las obras de Kim Il Sung! Confrontarse a universos extranjeros nos ayuda a saber quiénes no somos y eso no es poca cosa en un mundo en plena confusión de identidades. Y por supuesto no hay nada mejor que el viaje para enriquecer el imaginario de una novelista, para hacer su universo más contrastado y sus puntos de vista menos simplistas.
– El viaje puede ser también el reflejo de un drama. Usted de alguna manera ha sido relator de ese drama y se ha enfrentado a él. ¿Cuál es el resultado de esa lucha?
– Pienso inmediatamente en mi primera estancia en Ruanda, que me permitió descubrir el último genocidio del siglo XX, el de los tutsis de Ruanda. Nos habíamos reunido en ese mes de agosto de 1998 un grupo de 10 autores africanos. Nuestra estancia de dos meses en ese país mártir nos permitió dar testimonio de lo ocurrido y era la primera vez en mi vida -tenía 52 años- que podía medir los efectos de la literatura en los acontecimientos de la vida real. Ruanda se había convertido de alguna manera en el país de los muertos, dando prueba de una resiliencia formidable. El cine y el teatro han desempeñado un cierto papel en ese proceso pero fueron nuestras novelas las que abrieron ese camino.
– ¿Hoy en día se puede llegar a conquistas concretas a través de la literatura?
– Acabo de citar el ejemplo de Ruanda. Hay otros. El trabajo teórico de Cheikh Anta Diop y de Frantz Fanon , entre otros, ha modelado el destino del continente africano. Pienso igualmente que sin la poesía de Césaire o la ficción novelística de Chinua Achebe y Ayi Kwei Armah, África no se encontraría en un tan alto nivel de conciencia de su identidad y de sus aspiraciones.
– Desde los primeros tiempos de su memoria, hasta ahora, ¿cree usted que la situación de continente africano ha mejorado o empeorado?
– Las sociedades humanas no dan saltos de gigantes, van hacia adelante sin que uno se dé cuenta, por avances pequeños y de alguna manera milimétricos. Me atrevería a decir que desde el alba de los tiempos transcurre el mismo juego de yoyó de las naciones, que pasan de Edades de oro a períodos más difíciles e inciertos. De eso se tiene especial constancia en España, ¿verdad? No podemos decir que África esté viviendo tiempos de esplendor pero con relación a donde estaba hace medio siglo sí está mucho mejor. En mi opinión, el último obstáculo a superar es la cobardía política de algunos de nuestros dirigentes, que se dejan dictar todas sus decisiones por Estados extranjeros. Esto es especialmente cierto en el caso de nuestros países francófonos, que por otra parte se encuentra en peor situación que todos los demás en el continente.
– Un día usted decidió escribir en su lengua original, ¿qué esperaba con esa decisión? ¿Cuál ha sido la incidencia en su carrera?
– Siempre me apeteció hacerlo y en absoluto me arrepiento de haber tomado la decisión. He aprendido enormemente, por medio del recurso a mi lengua materna, sobre los mecanismos de la escritura novelística. Escribir en wolof es estar en consonancia con mi sociedad, a través de las palabras cotidianas. Y como dice nuestro más grande poeta wolof, Serigne Moussa Ka, “Toda lengua es bella cuando agranda el horizonte del espíritu humano y devuelve al esclavo el gusto de la libertad”. Eso es magnífico, ¿verdad?
– ¿Qué le queda de su faceta como periodista?
– Existe una complicidad entre los dos, incluso si el periodista parte de lo real para producir textos mientras que el trabajo del escritor consiste en crear un texto a partir de las palabras.
– ¿Cuáles son los autores contemporáneos que sigue con especial cariño?
– A los que ya he citado puedo añadir los nombres de Cheikh Hamidou Kane, de Toni Morrison y de Ernesto Sabato. Sin embargo debo decir que me siento más apegado a las novelas que a los autores, a menudo sólo me gusta un solo libro de un escritor. El único libro de García Márquez que logro soportar, por ejemplo, es ‘Cien años de soledad’. Considero también a Coetze como uno de los muy grandes, y al hacerlo me refiero a libros como ‘Disgrace’ y ‘Summertime’, que por otra parte es mucho menos conocido.
– ¿Qué nos ofrecerá durante su presencia en Periplo en el Puerto de la Cruz?
– Vengo a presentar la versión española de mi novela en wolof, que se llama ‘El libro de lo secretos’. La versión inglesa se intitula ‘Doomi Golo, the Hidden Diaries’ y aparece en Estados Unidos en diciembre próximo.
– ¿Qué conoce de las Islas Canarias?
– Conozco bien Agüimes, cuyo mapa tengo en la cabeza. Conozco también Santa Cruz de Tenerife. No me imaginaba las Islas Canarias tan manifiestamente africanas. Es una evidencia que me ha sacado de mi error y también encantado.