Según el diccionario, “singular” es aquello extraordinario, raro o excelente. Único en su especie. ¿Cuántas vidas singulares conocemos viajando? A veces sucede que, de pronto, cuando entablas una conversación, descubres una historia personal o un modo de ver la vida extraordinario, raro, diferente, inesperado o excepcional.
Viajemos por un momento e imaginemos pasar un año en un pequeño pueblo en la costa norte de una isla atlántica, donde cada esquina puede convertirse en el cruce de caminos entre dos personas cualesquiera.
En febrero, caminando por las calles adoquinadas, notas cómo la maresía lo humedece todo durante la noche, y tal vez no caminas, sino que nadas por las calles del barrio de La Ranilla. Te ajustas el pañuelo que llevas al cuello y recuerdas su origen: tejido por aquella anciana que conociste en Tailandia, quien había sido recolectora de capullos de seda en su juventud. Y, al pasar por la plaza, te acuerdas de María de Betancourt y Molina, una joven del Puerto que rompió los esquemas de su época y revolucionó la industria de la seda canaria en el siglo XVI. ¿Cómo habría sido una charla entre esas dos mujeres, tan separadas por el espacio y el tiempo y, a la vez, tan unidas por un espíritu emprendedor y la pasión por las telas de seda y los tintes naturales?
Avanzan los meses y, en mayo, Puerto de la Cruz recibe a artistas de todo el mundo. Personas dispares con las que cruzas unas palabras mientras te das un baño en el muelle, y charlas con un vecino tuyo que, hace un tiempo, te contó su periplo al subir al Himalaya, en otros tiempos en que no había colas ni oxígeno.
Llega junio, y deportistas de todas partes del mundo se dan cita para una carrera que cruza la isla, atraviesa el monte, sube al Teide y termina en las playas del Puerto. Entre los corredores, oyes comentar la historia de Lorena Ramírez, una rarámuri mexicana que corrió hace unos años vistiendo las ropas y sandalias de su comunidad indígena. Una atleta de élite con huaraches por bandera.
Llega el verano. La isla se llena de visitantes. Acompañas a Lucía, quien por fin cierra un círculo que creía imposible, al viajar desde su Uruguay natal al sur de Tenerife, para visitar la zona donde nació el padre de su abuelo, Valentín, que le contaba historias sobre cuevas en las medianías y una especie de juego con palos que practicaban de chicos. Un linaje circular que culmina con su bisnieta uruguaya visitando sus orígenes de la mano de sus amigos canarios.
Y por fin llega octubre. El Puerto se inunda de historias de viajes y aventuras gracias al Festival Periplo. Se cruzan historias como la de alguien que descubrió a un primo tercero suyo durante una charla en un taxi en Cuba. O la de otro que fue a comprar especias en Marruecos y acabó descubriendo el nexo amazig entre sus ancestros y los del tendero. Un dentista te cuenta cómo recorrió los rincones más recónditos de Siberia. Un economista, cómo lo dejó todo y se fue a hacer la Ruta de la Seda. Una mochilera intrépida te narra que estuvo en la Antártida y allí se enamoró del color azul del hielo.
Es difícil calibrar lo poco que sabemos de todas las personas que nos cruzamos en nuestros periplos por el mundo. Pero la magia suele darse con facilidad. Con solo cruzar unas palabras, es fácil descubrir que estamos rodeados de vidas singulares, de historias inexplicables, incluso de viajes interiores que te transforman tanto como si hubieras dado la vuelta al mundo.
Los miembros del Comando Periplo llevamos años enamorándonos cada octubre de estas vidas singulares, a las que este año queremos dar un protagonismo especial. Acompáñennos en esta edición 2024 y no se lo pierdan.
COMANDO PERIPLO